Laguna (Barbara Kingsolver)

Frida Kahlo pintada por Belinda del Pesco


29 de septiembre


Hoy, una visión fantástica en el mercado de Coyoacán. Una sirvienta joven con una jaula llena de pájaros en la espalda. La cargaba con un rebozo azul atado en la frente y alrededor de la jaula. La jaula de carrizo debe haber sido muy liviana porque no se agachaba aunque sobresalía de su cabeza, como la torre de una pagoda japonesa. Y llena de pájaros: verdes y amarillos, aleteando como un sueño que intentara escapársele de la cabeza. Parecía un ángel moviéndose entre los corredores tras su patrona, sin ver a nadie.
La patrona se había detenido a regatear otro pájaro con un hombre. Era tan pequeña que de espaldas parecía también una sirvienta joven. Al voltear, giraron su falda larga y sus aretes de plata, y su cara era sorprendente: una reina azteca de ojos negros y feroces. Su cabeza estaba coronada por trenzas, como las de las muchachas de Isla Pixol, y su porte era de reina, aunque llevaba una falda plisada igual que la de su sirvienta. Le pago al vendedor el dinero y tomó dos pericos, metiéndolos con cuidado en la jaula que la muchacha llevaba en la espalda. Salieron deprisa hacia la calle.

La Perla, la vieja del mercado, dijo:

-No te enamores de esa, guapo, tiene dueño. Y el dueño carga pistola.
¿Cuál está casada, la sirvienta o la reina?
La Perla se rió, igual que su amigo Cienfuegos, el hombre de la iguana.

-¿Cuál reina? -dijo-. Más bien la puta- Opinó La Perla. Pero Cienfuegos no estaba de acuerdo. <<El que persigue a las mujeres es el marido, no al revés>>. Los dos discutían si la reina azteca era o no puta. La iguana encontró un trozo de tortilla en la calle y se lo comió. Por fin, Cienfuegos y La Perla estuvieron de acuerdo en algo: la majestuosa mujercita está casada con un muy discutido pintador.

¿Y quién lo discute tanto?
-Los periódicos- contestó Cienfuegos.
-Todos, guapo, porque es comunista- añadió La Perla_.
Y también el hombre más feo de cuantos se hayan visto.


Barbara Kingsolver. Laguna. Lumen, 2011. Pp. 89-90.

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